Por los Aires. Bert Trautmann



Por Sergio Pisani

Esta es la sinuosa historia de cómo un sargento nazi de la segunda guerra mundial, paracaidista de una fuerza de élite, fue capturado por los ingleses, y al tiempo de salir del campo de prisioneros, paso a defender los 3 palos del Manchester City para convertirse en un arquero legendario. Dicho de otra manera: paso de obtener la cruz de hierro teutona a ser condecorado con la orden de caballero del Imperio Británico. Por supuesto que al principio fue profundamente odiado por toda Inglaterra, que no podía ni debía olvidar los terroríficos bombardeos de la Luftwaffe sobre sus ciudades, para finalmente terminar conquistando el corazón del pueblo y el campeonato de la copa más vieja del mundo…con el cuello quebrado -lo primero infinitamente más difícil que lo segundo-


Por los aires:

Bernhard Trautmann tenía el flequillo de aserrín tumbado al costado para no interrumpir la impecable visión binocular de sus ojos de carancho. La leyenda del fútbol inglés, Bobby Charlton, aconsejaba a sus compañeros que no lo miraran, ya que les leería el pensamiento. Al parecer más de la mitad de quienes le patearon penales no escucharon la advertencia, ya que en su carrera detuvo un 60% de los mismos. Bernhard era largo pero no tanto, con una sólida caja torácica, que contrastaba con sus delicadas manos que parecían más las del coiffure de un barrio elegante, que las de un arquero de la edad media del fútbol. Desde su pobre niñez las actividades físicas aplacaban su carácter inquieto, a la vez que brindaban el desarrollo de habilidades poco comunes como la de esquivar a la muerte que lo persiguió como sombra. Cuando esa presencia susurra al oído de algún infeliz, solo se la puede eludir asistido por una fortuna inoxidable, pero la suerte en soledad es ingrediente insuficiente, sino se la barniza con la intuición que señala el momento exacto donde se debe actuar con temeridad, o huir con fiereza. No es sencillo tomar algún camino entre varios, los más seguros pueden ser poco éticos, y los atajos de techos bajos pueden obligarnos a bajar la cabeza. El arte de descifrar cómo y cuándo proceder es esencial, especialmente para paracaidistas y arqueros, que poseen en común el oficio de andar por los aires. Los mismos deben manejar la fracción de segundo con pericia, de no hacerlo se podrían convertir en colador unos, o en pedacitos dispersos sobre la gramilla, otros.


Otto Dix, Sección de Ametralladoras

 - Un pueblo puede perdonar si observa arrepentimiento en quien lo lastimó, eso es admirable…pero si ese pueblo más que perdonar, olvida, es estúpido.

- La polémica incorporación el 7 de octubre de 1949, de un paracaidista nazi como arquero del Manchester City, apenas 4 años después de la más atroz de las guerras de la historia, provocó alergia en la piel de una ciudad con un número apreciable de Judíos. Entonces más de 20.000 hinchas marcharon contra Trautmann, amontonando en las oscuras calles pálidos rostros los  indignados que aún guardaban cicatrices. Todavía miles de madres y novias lloraban sobre zapatos vacíos. Ciudades en ruinas donde no se habían secado las lágrimas, presentaban el lamentable espectáculo de sus gentes rotas con la mirada perdida, ex combatientes rogando por un mendrugo entre las frescas cenizas, envidiando a quienes murieron sin más en las batalla. En los húmedos empedrados que se hacían ocres al atardecer y cobalto en las noches, bajo el signo de la orfandad, las niñas jugaban a ser enfermeras o socorristas, y los niños correteaban en harapos entre gritos y risas tras pelotas de papel para escapar del recuerdo del hambre, gracias al juego que sin necesidad de guerras empezaba a conquistar el mundo.

Estómagos vacíos y costillas transparentes también habían sido usuales en los niños alemanes de la posguerra del 14. Al oeste de Bremen en los muelles de un barrio obrero, el pequeño Bernhard que había venido al mundo en 1923, no era la excepción. Su padre, un desocupado más, que se había entregado a la bebida, no podía imaginar que el pequeño que se alimentaba en ollas populares, se convertiría en leyenda en tierras piratas.

En 1933 el muchachito de casi 10 años, pasa de la Asociación Cristiana de Jóvenes a las juventudes Hitlerianas, donde se destacaría en varias competencias de atletismo, y balón mano.

Bernhard Carl Trautmann más conocido como Bert era pragmático. Su olfato presentía el peligro, lo anticipaba, y le había salvado la vida en variadas ocasiones; en algunas escapando, en otras ocultando su cuerpo, y en muchas más sus pensamientos. Agotadas estas posibilidades, existen circunstancias especiales, en las que arriesgar todo y poner el cuerpo, suele ser la única opción para cambiar los malos presagios, o la historia definitivamente. Una tarde inolvidable de 1956 en Wembley, donde se disputaba la FA Cup, es decir, “el torneo más antiguo del mundo”, faltando 17 minutos para el final de la final, fue uno de esos momentos: cien mil espectadores   vieron a Bert dar dos pasitos eléctricos, automáticos, calculando con la tensión de un gato nervioso, el lugar preciso donde debería estar para zambullirse como torpedo hacia adelante. Enfrente, a cinco metros, Peter Murphy, delantero del Birmingham en cumplimiento de una ley -no la de Murphy- sino la de los nueves, previó que el cabezazo de su compañero caería en el corazón del área. Entonces giró y aceleró, creyendo llegar estiró su pierna izquierda, pero no, el balón ya dormía en los brazos del kamikaze Alemán. Más la rodilla derecha del nueve embistió de lleno el frontal del portero rubio que perdió la conciencia… sin soltar el esférico. La jugada dramática enmudeció a las cien mil almas del estadio. Hay quienes recuerdan haber escuchado un tímido crujido como el de una pequeña rama que se parte cuando uno la pisa sin querer en el campo.



“Luego del temerario vuelo, al atenazar el balón entre sus potentes garras, el hijo del águila genocida sintió estallar su cuello. Antes de desvanecerse y desde su aparente arrepentimiento, entrevió que había conquistado el perdón del pueblo del León, el invasor invadido. Después de todo, los pueblos no son culpables del capricho de sus reyes, dictadores o aristocráticos empresarios.”

 -A partir del siglo XX, (precisamente desde Guernica), el cielo no solo es la tranquila morada de dioses aburridos, también puede ser el abismo desde donde se precipitan infiernos, como cuando durante 8 meses entre 1940 y 1941 bombarderos alemanes, desde sus vientres, dejaron caer interminables cascadas de fuego sobre la cabeza de los inocentes, abrazando y haciendo temblar al imperio británico. En ese período, durante 57 interminables noches, el lamento de “Winnie”, la sirena, advertía la catástrofe con el llanto fúnebre de un descomunal bebe monstruoso. Camino a los refugios, su aullido se entremezclaba con el creciente y ensordecedor retumbar de redoblantes latosos, que provenían de un enjambre de aviones que se acercaban raspando un cielo sin sol, mientras el río Támesis se convertía en una alfombra roja de reflejos danzantes, el eco invertido de millones de llamas. Desde arriba bebés y ancianos no se distinguen, desde arriba muchas veces no se piensa, desde arriba no se siente.

 

-Poco sentía Trautmann, adormecido por el golpe, en esos 17 minutos que faltaban para consagrar campeón al City. Así y todo, medio abombado, supo detener 3 peligrosos ataques, arrojándose como una fiera acorralada defendiendo a sus cachorros, sin dejar de tomarse después de cada maniobra, la parte posterior del cuello. Lugar desde donde ardorosos latidos   colonizaban la totalidad de la columna. Cada atajada fue admirable, aún sin saber, que se había partido una vértebra cervical, y dislocado otras tantas como lo indicaría 3 días después el médico, observando sorprendido las radiografías, mientras le decía a Trautmann: “Usted no debería estar vivo”.

“Con el pescuezo roto, algunas aves continúan moviéndose.”

Las estadísticas indican que muy pocos sobreviven con el cuello partido, pero ya conocemos que Bert era una persona de suerte. Lo que no se explica demasiado, es que haya seguido atajando en semejante estado. Posiblemente sus movimientos continuaron guiados por inconscientes reflejos condicionados que le fueron instalados durante la durísima instrucción militar prusiana. Una orden no se razona ¡se ejecuta!

 -El Blitz (guerra relámpago) tuvo como resultado de los bombardeos, el horror absoluto, un millón de familias sin techo, y más de 43.000 cuerpos sepultados entre los escombros.   

 Siniestras fueron también las bombas incendiarias arrojadas por la Real Fuerza Aérea sobre una veintena de ciudades alemanas, provocando decenas de miles de muertos igual de inocentes. Entonces los alemanes giraron los radares hacia su máxima obsesión: la Unión Soviética. Es el comienzo de la operación Barba Roja, donde Trautmann, un voluntario de las juventudes hitlerianas, participaría con pasión extrema. Esa misma pasión que no pudo desplegar anteriormente en Polonia, gracias a una apendicitis, que a la vez lo salvo de una detención por mala conducta.

 

Ilustración: German Quibus

“Los europeos tienen una singular capacidad para proyectar los propios demonios a lejanos escenarios. Muchos franceses creen que las atrocidades de Hitler son distintas de sus propios crímenes en Indochina y Argelia; ingleses que no han oído de Kenia se asustan de las persecuciones de Stalin, y algunos italianos están convencidos de que el fascismo nació en Argentina.

Rodolfo Walsh.

 

Por las estepas:

El futuro guardametas comenzó a dialogar con la muerte, en el frente Oriental, cuando salió ileso de una granada que le explotó a centímetros de sus botas. Pero mayor suerte tuvo al ser uno de los pocos sobrevivientes a la aplastante contraofensiva del ejército Rojo. 

Al poco tiempo de ser capturado, y puesto a reasfaltar carreteras en el crudo invierno de 40 grados bajo cero, Bert intuyó la oportunidad de huir, y lo hizo. En el ciclo infinito de pesados pasos, con las tiras deshilachadas de unos calzados agónicos, sobre un peregrinar blanco, martillaba una y otra vez la reflexión: “hubiese sido mejor quedarme pavimentando rutas”. Pero no había atrás y entre insultos al frío y a esa puta guerra, exhausto, casi muerto, pudo volver a su tierra.

Sus recuerdos a esta altura estaban pegoteados de sangre y humo, elementos que le acercaron las dudas que un soldado no debe poseer, según los altos mandos. Su cabeza había sido programada para no hacer cuestionamientos, pero la crueldad desatada de la realidad comenzó a derretir lentamente las locas certezas.

Con poco descanso, muchas pesadillas, cinco medallas, la cruz de hierro y un ascenso a Sargento, Trautmann fue enviado a Francia. Pero su mente se había congelado en la gran estepa donde anidaron culpas, como la de no enterrar a sus viejos camaradas. No es fácil olvidar las masacres que los SS ejecutaron con saña en pueblos enteros: los padres colgados en los árboles secos delante de sus niños, las risotadas de quienes se creían superiores, invencibles, las torturas y la humillación sádica, las matanzas en las que posiblemente haya participado Bert y nunca jamás confesaría, las fosas comunes, desconocidos que gritaban en un idioma incomprensible, aunque se comprendía que rogaban para que no abusen de sus hijas y esposas en los bosques lejanos, a los que se les arrancaba el silencio. El infierno total, sí, eso, el infierno real.

 Por las noches, el viento del Este traía hasta sus oídos los gritos de los niños asesinados y de las mujeres violadas. No lo dejaban dormir. 

 El nuevo sargento en poco tiempo es capturado por la resistencia gala, logra huir por segunda vez. Queriendo volver a su ciudad natal, de paso por Cléveris en 1945 es sorprendido por el impresionante bombardeo aéreo aliado que desgarra la vida de decenas de miles de víctimas inocentes también. La ciudad medieval queda hecha trizas, lo cual demuestra una vez más que la locura de la guerra convierte en asesinos genocidas a las personas sin distinción de raza, religión ni nacionalidad.

Al tercer día de la masacre, emergió de entre escombros y cadáveres, muerto de sed pero vivo, Bert. Deambulando como zombi entre los cuerpos calcinados, se cruzó con soldados yanquis que en vano intentaron atraparlo, ya que este saltó con las fuerzas que le quedaban, un paredón imposible. Y corrió… corrió por el campo sin parar… y paró, ya sin energías se recostó entrecerrando sus ojos más cansados que rapaces. Antes de dormirse percibió una mano en su hombro a la vez que escucho una voz diciendo; “Would you like some tea?eran los ingleses. Esta vez no escapó.

Es el fin de la segunda guerra y en el campo de prisioneros entre Manchester y Liverpool, cada tanto, luego de los las jornadas de trabajos se armaban partidos de fútbol entre prisioneros y  guardias. Trautmann era buen defensor, algo tosco con los pies pero aguerrido, difícil de pasar. Una tarde en la que se lesiona no quiso salir y pidió que lo dejen probar suerte al arco. Es el comienzo de su carrera como portero.

En 1947 es liberado y rechazó el ofrecimiento de volver a su patria. Trabajó en una granja de Lancashire, donde conoció a Marion con quien precozmente tuvieron una hija. La madre la bautizó con el nombre Freda, pero Trautmann, como era su costumbre siendo prisionero, escapó.

En el 48 comienza a jugar en un equipo local: St. Helens Town y en 1950 se casa con Margaret, la hija del secretario del club, con la cual tiene 3 hijos; John, Mark y Stephen.

Como arquero forjó un estilo práctico, en el cual hacía simples las complejidades. Ordenaba con autoridad a la defensa espantando riesgos antes de que sucedan. Sus reflejos acrobáticos y especialmente sus lanzamientos de mano llamaban rápidamente la atención, y varios equipos comenzaban a disputarse al ex paracaidista.

  La pulseada es ganada por el City. Miles de cartas repudiando la incorporación, abrumaron la mesa de entradas del club y se organizó la ya comentada manifestación de protesta.  

Cuando a Trautmann le preguntaban acerca de su pasado, recitaba mecánicamente un discurso de arrepentimiento que parece estudiado. La duda sobre este punto será eterna: “Si Dios existe, sabrá lo que hiciste.”

Los primeros pasos en el club no podían ser peores; primero tuvo que soportar permanentes insultos y bromas, luego reemplazar a Swift, ídolo que había brillado en más de 300 cotejos en el arco ciudadano. Unas cuantas goleadas y un descenso parecían minar su prometedora carrera, pero Bert apretando los dientes en lugar de rendirse, pensó: “en lugares peores he estado, conozco el infierno y esto no deja de ser un jueguito que recién comienza”. A partir de entonces las actuaciones fueron mejorando gradualmente, y la confianza del equipo junto al  nivel del alemán fueron creciendo. Trautmann comenzó a sorprender con atajadas temerarias hasta al público adversario. Luego de ascender, los hinchas blues comenzaron a reconsiderar a su odiado arquero.



El acceso a la final en el 55 que terminan perdiendo 3 a 1 contra el Newcastle, más allá de la derrota contra el tricampeón, confirmó el cambio de actitud del equipo y su reconvertido guardametas no consideró atrevido el soñar con ofrecer la copa a su Margaret e hijos.

En el 56 nuevamente llegan a la final y esta vez sí, como ya habíamos adelantado, obtienen el trofeo. Sin conocer la fractura cervical, Trautmann fue considerado por la prensa como el mejor jugador del campeonato.

El choque con Murphy  había sido otro zarpazo de “la Mora de dientes verdes” y esta vuelta lo había rozado, pero no lo pudo abrazar, ni besar, ni…y como despechada del nuevo desplante a los pocos días, buscó a su pobre hijito John, de 5 años, en un accidente de autos. Margaret no soportó el dolor y se divorciaron.

Al año, volvió al fútbol, pero ya no fue el mismo, así y todo, deteniendo penal tras penal estira su carrera hasta 1964.

Se convirtió en técnico y dirigió equipos de lugares tan distantes como Tanzania, Pakistán o Yemen del Norte.  En 1970 estando en Birmania, conoce una pulposa alemana de nombre Úrsula, de la cual se enamoró y comieron perdices hasta 1982.

En 1990, ya algo cansado contrajo nupcias por tercera vez con Marlis, y reconoció a su primera hija Frida. Todo se iba acomodando.

En 2004 lejos ya de arcos y flechas, la reina Isabel, le concedió la Orden de Caballero del Imperio Británico, ante un estadio colmado que lo aclamaba. Su orgullosa hija comentaba a los incrédulos: “Es mi padre”.

En Valencia sus últimos años transcurrieron en la paz que nunca había tenido, bajo un sol redondo sobre una casa cuadrada, frente al Mediterráneo y rodeado por un campo de naranjos, que aroman las salpicaduras de los recuerdos sepiados, antes de desaparecer.

Ella contó 12 pasos, dio media vuelta y con las órbitas vacías le dijo con voz esquelética: “Atajá! Y sin mirar lo fusiló de puntín. El viejo guardametas de 89 años adivinó nuevamente donde, pero se le vencieron las manos, y no pudo (o ya no quiso) evitar el último beso de la que lo anduvo buscando siempre. Bert voló donde ya no hay luz. 

 

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