Jacobo Urso o la mesura del coraje

 

Por Pedro Lespada // Ilustración Omar Gasparini


A vos, viejo, por nada. Que por todo lo que corresponde, nada alcanza.

La muerte, es sabido, no mejora a las personas, sólo torna más benévola la mirada de los que quedan vivos.  Las miserias se olvidan, las vilezas se relativizan y tendemos a embellecer a los imbéciles y absolver a los canallas. Pero también, a veces, nuestra piedad o reverencia por el muerto es el reverso de la culpa por las mezquindades que ejercimos cuando todavía estaba vivo. De eso trata esta historia.

Viaje a Saladillo
Esa vez viajamos mi viejo y yo solos en el falcon al campo de 43 hectáreas que había comprado junto con mi tío y un primo de mi vieja ubicado en Cazón, partido de Saladillo, provincia de Buenos Aires. Yo tenía catorce años y, mientras le cebaba mate, la conversación derivaba por temas insustanciales. En determinado momento fuimos a dar a su adolescencia en Saladillo y a las medallas que ganó jugando al básquet.
-¿Y al fútbol no jugabas?, le pregunté.
-Era un burro pero le ponía voluntad- me dijo
-¿Y de qué cuadro eras hincha?
-De Jacobo Urso-
-¿Qué camiseta usaba?
Le pegó una larga chupada el mate y con algo parecido a la resignación, me dijo
-La de Boca-
-Pero vos sos de San Lorenzo.
Me devolvió el mate, metió un rebaje para tomar un curva, me miró de soslayo y habló.



El Mártir
Jacobo Urso nació en Dolores el 17 de abril de 1899. Como era usual en una época en que la anticoncepción no existía, era miembro de una familia numerosa con once hermanos, hijos de una pareja de italianos, Jacobo Urso padre y Rosa Florio, que habían venido a la Argentina siguiendo las promesas que el tiempo se encargaría de desbaratar. Su vida fue corta y signada por el patetismo, la fatalidad y ciertas circunstancias azarosas que lo tornan apto para constituirlo en héroe fundacional de un club de fútbol.  La familia dejó el pueblo de la llanura de la provincia para probar suerte en la ciudad de Buenos Aires. En los empedrados y los potreros empezó a jugar al fútbol con una destreza que no pasó desapercibida. A los quince años ya jugaba en la tercera de San Lorenzo de Almagro de relativamente reciente fundación.  Su debut en primera el 7 de mayo de 1916 coincidió con la inauguración del estadio de San Lorenzo, que no sería reconocido como “El Gasómetro” sino hasta 1929 cuando, en pos de ganar capacidad para una parcialidad cada vez más numerosa, adoptó una forma similar a los grandes depósitos de gas licuado. Jugaba de half izquierdo, según la denominación de la época y sus actuaciones lo llevaron a ser el primer jugador del club en integrar la Selección Nacional Amateur en la que jugó por única vez en la derrota 2 a 1 con Uruguay en Montevideo el 24 de agosto de 1919. En San Lorenzo jugó 107 partidos y convirtió 6 goles.
El 30 de julio de 1922 San Lorenzo jugaba contra Estudiantes de Buenos Aires por la 13° fecha del campeonato de la Asociación Amateur, en la cancha del club Palermo, situada en lo que hoy son los alrededores del Tiro Federal.  A los 10 minutos del segundo tiempo, un rechazo alto de la defensa de Estudiantes fue a dar a la mitad de cancha. Urso fue a disputarla contra Commoli y Van Kamenade. El choque fue tremendo y un codo de alguno de los dos se incrustó contra el costado de Urso que quedó tendido en el suelo.  Trabajosamente se incorporó dispuesto a seguir jugando pero un dolor intenso en su costado izquierdo le anunció que algo andaba mal. Con la sola fuerza de su voluntad siguió en el campo de juego. Empezó a escupir sangre y compañeros, árbitro y hasta rivales lo conminaron a dejar la cancha pero rechazó el convite: no había cambios entonces y la posibilidad de dejar a su equipo con diez era algo inconcebible para él. Sólo condescendió a aceptar un pañuelo para secarse la sangre y los espectadores lo vieron terminar el partido mordiendo el trozo de tela blanca con la cara transida por el dolor creciente. Cuando el partido terminó con el marcador 1 a 0 a favor de San Lorenzo, se tendió en un costado entre los estertores de la tos y la sangre. Lo llevaron de urgencia al Hospital Ramós Mejía.  A las pocas horas su estado mejoró y tuvo tiempo para recibir a un periodista del diario “El telégrafo”. Nada más alejado de su carácter que asignar culpas. «Las lesiones fueron casuales y de ninguna manera con intención, como algunas personas mal intencionadas quieren hacer remarcar», declaró. Y seguidamente: «Espero que los dirigentes suspendan el partido ante River así me recupero y puedo jugar». Finalizó diciendo: “No lo lamento por mí, sino por mi club que necesita de mis esfuerzos para escalar los puestos que faltan para colocar a San Lorenzo a la cabeza del campeonato, con las tribunas que hemos construido somos el mejor club de Buenos Aires”. 
Pero tenía dos costillas fracturadas y una de ellas se había hincado como un puñal ciego en un riñón. Su leve mejoría fue efímera. El riñón maltrecho tuvo que ser extirpado en una intervención de urgencia. Recibió varias transfusiones y una segunda operación fue el último intento por evitar el desenlace inevitable. El  6 de agosto de 1922, una semana después de su último partido con la camiseta azulgrana, murió. Tenía 23 años. En la breve estadía en el hospital, cuando ya su suerte estaba echada, el hombre que rehusó dejar a su equipo con un hombre menos, se hizo tiempo para exculpar a sus rivales, solicitar la postergación del próximo partido para poder estar presente, y privilegiar la suerte colectiva de su club por sobre la suya. Nadie le escuchó durante los momentos en que estuvo consciente en esa semana aciaga, ni una sola palabra de reproche.  
Su cuerpo fue velado en su casa de la calle Beauchef 811. El cortejo fúnebre, integrado por 7000 hinchas agradecidos y lacerados por la pérdida, pasó por el estadio de San Lorenzo, ingresó al campo de juego y dio la vuelta olímpica que Urso nunca pudo dar mientras jugó. Fue enterrado en el Cementerio del Oeste, hoy de la Chacarita. En la muchedumbre atribulada no faltaron lágrimas y manifestaciones de dolor. Desconsolados, sus compañeros y algunos miembros de la comisión directiva prorrumpían en llantos convulsos y ocultaban el rostro en lo que todos tomaron como pudor viril. Algunos, lejos de compadecerse por esas muestras, les dirigieron gélidas miradas de reproche y rencor. Esos pocos habían asistido a la reunión de Comisión Directiva del club que tuvo lugar unos días antes del partido. En un acalorado debate motivado por ciertas defecciones del equipo, que anticiparon las inconducentes rencillas políticas que caracterizaron al club décadas después, se tomaron tres determinaciones tendientes a reforzar la autoridad del órgano rector del club. Las dos primeras son olvidables, pero la tercera, ninguno de los asistentes pudo olvidarla después. En las Actas figura:
“Nombrar un nuevo capitán del equipo que actúa en el círculo privilegiado, porque a Urso, como lo manifestaron los mismos compañeros de él, le falta carácter, energía para tan delicado puesto”, Diario La Montaña, 26 de julio de 1922.
Jacobo Urso no fue capitán en el que, precisamente por exceso de carácter y energía, fue su último partido.  Y en el que, sin palabras, dejó claro que el coraje no requiere de la prepotencia histriónica y teatral que suelen impostar los cobardes.

Viaje a Saladillo (cont.)
-El club se creó como una escisión de Huracán de Saladillo el 8 de noviembre de 1922- me dijo -Le pusieron Jacobo Urso en homenaje, porque su muerte fue muy comentada en los diarios de la época. Era como en héroe, un mártir, qué se yo. Un San Martín chiquito que no estaba en los libros de historia. Ni bien se creó, los muchachos le escribieron a San Lorenzo en Buenos Aires, pidiéndole un juego de camisetas usadas para el equipo de fútbol. Uno que ya no usaran, roto, desteñido, como fuera. Tres veces le escribieron. Nunca les contestaron. Habían conseguido un juego de camisetas nuevo de rayas negras y amarillas como la de Olimpo de Bahía Blanca y Peñarol. Pero no era lo mismo, el homenaje era a un tipo que se negó a salir de la cancha jugando para San Lorenzo. Y que después se murió por eso. ¿Cómo puede ser que esos tipos hayan sido tan insensibles? ¿Qué mierda les costaba mandarle un juego de camisetas? Tiempo después alguien con contactos en Boca gestionó la entrega de un juego de camisetas. Y Boca les mandó no uno, sino dos juegos nuevos. Y así es que desde entonces la camiseta es azul con la franja amarilla. Jacobo Urso, con la de Boca. Carajo-
Su cara estaba seria, como masticando una iniquidad intolerable para su forma de ver la vida. Entendí que lo que tenía para decir sobre el caso, ya estaba dicho.
-Tomate el último que ya estamos cerca- le dije para cambiar de tema. Le dio una chupada.
-Está frío- dijo. Me devolvió el mate y ya no habló más hasta que llegamos.


Hoy, en el acceso a la Platea Norte del estadio Pedro Bidegain de San Lorenzo, está el museo histórico del club, “Jacobo Urso”, que más que un homenaje es un pedido de perdón del pueblo azulgrana.


Comentarios

  1. La pucha, ya se volvió una mala costumbre ésto de leer buenas y mejor relatadas historias.

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  2. Que genios mis alumnitos del primario .los felicito a y abrazo.

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    1. Gracias Profe. Usted si que es un grande!!!! Gracias por el legado que nos dejó.

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  3. Linda historia! Nos están acostumbrando a transportarnos en cada relato, con cada dibujo...
    Sigan así! 👏🏻

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    1. Gracias Seba Z. El dibujo tiene esta vez una calidad superior, lo hizo nuestro maestro de dibujo de la primaria, el gran Omar Gasparini!

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  4. Qué linda historia, jamás la había escuchado, y el relato te transporta a esa época !! Felicitaciones !!E.F.

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  5. Muy lindo relato. Hacen un gran trabajo, en medio de tanto ruido mediático que nada deja, ustedes brindan histarias saludables. Les mando un abrazo. Fabio

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  6. ¡Muy buena la introducción y el desenlace con el "viejo"! Me identifico completamente, si bien no con los colores, seguramente sí con la pasión. Encima el club nace de una escisión de ¡Huracán!
    Seguramente habrán visto este año el cortejo fúnebre de Carlovich en la cancha de Central Córdoba, de Rosario ¿no?
    ¡¡Adelante con las historias!!
    Abrazo enorme. Gustavo

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    1. Muchas gracias Gustavo. Los comentarios que nos hacen nos dan muchas ganas de seguir escribiendo. Fue muy emocionante la despedida del Trinche!

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