Augol, Historias de Fóbal

A MODO DE MANIFIESTO

Augol: (lunfardo) Saque de pelota realizado desde un lateral.

Fóbal: (coloq.) Fútbol, según nuestros abuelos.

 

“En el oriente se encendió esa guerra

Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra”

Ajedrez, Jorge Luis Borges


En un patio de Bombay, en una ladera inclinada de Valparaíso, entre los escombros de la guerra en los Balcanes, en un potrero sin pasto de Gonzalez Catán o en la alfombra verde del Camp Nou tiene lugar ese rito moderno y casi universal que es el fútbol. Como en el ajedrez, su rectángulo de juego instaura leyes propias que suspenden las que rigen en el mundo exterior a sus límites. Ese rectángulo a veces se estira en una franja flaca en el que un centro es apenas un pase corto, como en el bulevar de Costanera Sur en que jugábamos los sábados; o se comprime en cuadrado en el que sólo el mojón de los arcos indica la dirección del juego, así la vieja canchita de Catalinas en La Boca. No importa. Toda proporción es áurea si en su interior hay una pelota. La línea que divide el adentro del afuera puede ser el cordón de la vereda, una que nuestra  imaginación tiende entre dos árboles, o la línea de cal en el pasto recién sembrado en el que se jugará la final de la Champions. Como sea, es una frontera que a menudo se deja franquear y que tiene sus propias y permisivas aduanas. Es que el fútbol, a diferencia de otros deportes, no tolera ser meramente visto. O mejor, su espectador no es un espectador sin más. El que mira del otro lado de la línea, ha estado o estará o aspira a estar adentro. El fútbol es, si se nos permite una definición apurada, el deporte en que futbolistas que circunstancialmente están afuera, miran a futbolistas que circunstancialmente están adentro. Esa es la dialéctica plebeya que iguala a Messi y al último burro en saldo del pan y queso.  Y como todo lo que le sucede al ser humano termina en relato, proliferan historias infinitas que constituyen una épica menor transmitida de generación en generación, con sus propios héroes inesperados, dioses atorrantes y arúspices berretas.

Fuera de esa excepción que confirma la regla que es el aquero, el lateral es el único lance que al jugador de campo se le permite hacer con las manos. Es la jugada que tiende el puente entre el afuera y el adentro. La que nos enseñó en la infancia que por más que despejemos el peligro de punta y para arriba, la pelota ha de volver obligándonos a buscar nuevas formas de resolver la próxima jugada. Como cualquier cosa a la que se mire con cierta intención de trascendencia, puede ser un símbolo.

Porque, aunque los años nos empujan afuera de la cancha, es nuestra forma emperrada de no darnos por vencidos.

Porque hemos estado y seguiremos estando adentro y afuera.

Porque -aunque sabemos que nada será mejor que jugarlo- con nuestras manos dibujamos, escribimos y diseñamos para juntar las historias que nos gustan.

Porque el fútbol es una complicidad íntima que une a nuestros abuelos, padres e hijos.

Porque, en suma, el fútbol es para nosotros una de las formas de la felicidad.

Por todo eso,

AUGOL, HISTORIAS DE FÓBAL

 

Comentarios

  1. Si, según Rilke, la infancia es la patria del hombre, el fóbal es su religión pagana.

    ResponderEliminar
  2. Lindas líneas para describir un modo de sentir.

    ResponderEliminar
  3. Excelente! Esto promete, lo seguiremos...

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Fabián O’Neill: De copas y Caños

ERIC CANTONÁ: ELOGIO DE LA IRA

Por los Aires. Bert Trautmann