Denis Law, la Ley de Ex


Pedro Lespada

Algunos episodios menores en mundiales en que el alcohol ha tenido un protagonismo inesperado para deportistas de elite, les ha granjeado a los escoceses fama de anárquicos y disipados. Son, en nuestro imaginario de futboleros, como esos talentos negligentes y reacios a la disciplina que abundan en los barrios periféricos de Buenos Aires. Todos hemos conocido a un fulano que hace con la pelota lo que quiere, pero imposible de domesticar. Ese estereotipo es un traje a medida para el norirlandés George Best, cuya impar calidad se sobrepuso a su propensión a las fiestas y al consumo desmedido de alcohol. Menos ajustado, tal vez, le va al escocés Denis Law, delantero un tanto irascible pero sin excesos autodestructivos, que con su velocidad e inteligencia se hizo un lugar en la historia del Manchester United. Y, se sabe, en la historia se entra por las puertas del cielo o del infierno. Denis Law, atravesó las dos.

Best y Law, junto con Bobby Charlton integraron la “United Trinity” de los “Red Devils” entre los años 64-73. Esa santa trinidad del fútbol marcó 665 goles durante sus casi 10 años de vigencia, obtuvo dos títulos de Primera División (65 y 67) y una Copa de Europa (68). Frente a los números de los gigantes europeos de hoy, que levantan copas casi con aburrimiento, no parece mucho. Pero entonces no existían las abrumadoras hegemonías actuales que reducen la mayoría de los equipos a sparrings de los dos o tres que pelean los campeonatos. Además, no todos los títulos son iguales. El del año 65 fue el primero que obtuvo el United después del desastre de Munich en 1958, cuando el avión en el que viajaba el equipo se estrelló a poco de despegar. Esa tragedia diezmó  su plantel profesional y hubo que iniciar una lenta y trabajosa reconstrucción. El campeonato fue festejado con lágrimas en las gradas y desaforados brindis con cerveza que agotaron los stocks de todos los pubs de Manchester. Muchos de esos vasos se alzaron por los 28 tantos de su goleador, Denis Law.

Jugaba con sus dos manos aferradas a las mangas de la camiseta, como si tuviera frío o necesitara agarrarse de sí mismo para hacerlo mejor. Un tanto desgarbado, rápido en la resolución e inteligente en la concepción, pisó los campos de juego mayormente con el diez en la espalda, ese sello que le anuncia al mundo que el que lo porta tiene algo diferente al resto. Se sabe que era diestro porque así lo declaran sus numerosas biografías; mirándolo jugar, era difícil determinar con qué pierna pateaba mejor. En sus once años en el United dejó, además de los títulos ya mencionados, 237 goles y fue objeto de la devoción tripartita de los hinchas por su Santísima Trinidad, en que Best era el Hijo pecador, Charlton, el Padre que emergió intacto de la tragedia de Munich, y  Law, más carne y nervio que Espíritu Santo.

En la temporada 64/65 obtuvo el balón de oro, pero una oscura ley de las compensaciones hizo que el 21 de octubre de 1965, en un anodino partido de la selección de Escocia contra la de Polonia , se lesionara de cierta gravedad en su rodilla derecha. No fue el fin de su carrera ni mucho menos, pero ahí empieza a incubarse su destino final. La consagración del 66/67 lo tiene como protagonista con 23 conquistas, pero la rodilla maltrecha empieza a dar señales de que algo no anda bien. Empezó a tolerar mal los corticoides y anestésicos que le permitían jugar. La semifinal y la final de la Copa de Europa obtenida en el 68, lo tuvieron como resignado y dolorido espectador al costado del campo de juego. Era el máximo logro del equipo y no lo sintió como propio. En las imágenes posteriores a la consagración, se lo ve taciturno y con la mirada como adivinando un futuro sombrío. Quizás, anticipaba ya el aciago verano de 1973. El 1ro. de julio de ese año, después de once gloriosos, el United decide prescindir de sus servicios. A juzgar por su derrengado físico que a los 33 años languidecía inexorablemente, la decisión parecía correcta. O acaso, la pragmática dirigencia roja debería haberlo pensado mejor.

Como un huérfano dispuesto a ser adoptado, se abraza a la otra mitad de Manchester y firma por el City. En su decisión, según sus declaraciones posteriores, pesó su deseo de mantenerse en competencia para llegar con la selección de Escocia al mundial de Alemania del año 1974. Y era cierto. Pero no lo era menos que fue empujado además por un íntimo despecho, un subterráneo e inconfesable deseo de retaliación. Después de todo, volvía al primer equipo que lo cobijó en la ciudad, en el que había jugado un año -1960- antes de ser transferido al Torino de Italia.

En el campeonato de 1973/74 jugó poco, pero más que lo permitido por  los médicos que hacían lo imposible para disimular el amasijo de líquido sinovial, artrosis y cartílago degradado en que se había convertido su rodilla derecha. Con todo, marcó 12 goles en 29 partidos. El City, con un juego mediocre y sin estridencias, cortejó durante todo el curso la mitad de la tabla, lejos de las ansiedades de la cima y del fondo. La renovación del United en tanto, que también había alejado a Best y a Charlton, había dado sus  frutos aunque amargos y no previstos: la pelea por el descenso a la segunda división. En la anteúltima fecha tuvo lugar el Derby de Manchester. El United llegó con su escaso fútbol y con lo único que sostiene a los condenados: la fe.

La noche previa al partido, Law se acostó con la convicción de que no jugaría. Durmió mal y no sabemos  que soñó; acaso lo visitaron emisarios de  lo alto y de lo bajo disputándose su alma. Por alguna razón, cuando se despertó no concebía no estar en ese partido. Para quienes creen en el libre albedrío, el destino no es un hado inexorable, sino que se forja con pequeñas decisiones cuyo resultado final muchas  veces ignoramos. En el caso de Law, la de jugar fue sólo una más de la cadena de opciones cuyo primer eslabón desconocemos.

Old Trafford explotaba de hinchas que asistieron con esperanza en el único resultado que los favorecía, el triunfo, pero preparados para un desenlace infausto. En las gradas, el núcleo duro de la parcialidad roja se había juramentado que, ante un resultado adverso, el partido no terminaría. En las postrimerías del encuentro, con el resultado cero a cero y un trámite en que los arcos parecían un decorado de cartón pintado, un ataque del United es interceptado en la banda derecha del City, que inicia un contragolpe a través de un mediocampo despoblado de camisetas rojas. Denis Law cabalga por la derecha mientras el ataque se desarrolla por el centro. De pronto corta hacia adentro y, cuando está al borde del área chica, le llega la pelota que le queda atrás. En vez de parar y girar sobre sí mismo para tener el arco de frente, le pega de taco, de espaldas, como un verdugo al que avergüenza mirar a su víctima. Es gol. El que condena al Manchester United a jugar en segunda división.


Aquí habría que decir que, en el silencio atronador del estadio (no escuchó los gritos del puñado de hinchas del City que asistieron a su inmolación), agachó la cabeza, toleró como pudo los abrazos de sus compañeros, camino lentamente hacia el centro de la cancha, pidió el cambio y se fue, entre repentinos silbidos y algunos aplausos de los que sólo escucho los primeros. Que se introdujo en el túnel hacia un cadalso o un infierno que sólo él veía. Que el campo, con la remota esperanza de que el partido se suspendiera y tuviera que jugarse de nuevo, fue invadido por los hinchas del United, que no sabían  qué debían sentir por el tipo que se acababa de ir después de consumado su crimen. Que la victoria del Birmingham ante el Norwich sentenciaba al United aún sin la intervención de Law. Habría también que decir que fue su gol trescientos, el último de su vida de futbolista y que ese taco fue la última pelota que tocó como profesional. Que el  partido ulterior que jugó para Escocia frente a Zaire en el mundial de Alemania, en el que deambuló por la cancha como un alma en pena, no cuenta en absoluto. Que así se cierra la historia, con su urdimbre de parábola o alegoría. Y sería verdad. Pero falta algo. Un gesto. Ese puño que se cierra, apretado,  inmediatamente después del gol y que antes de convertirse en festejo, Law aborta con una mueca de sorpresa, como si todo se tratara de una broma pesada o un malentendido. Ese gesto nos dice que el protagonista de esta historia es  un jugador de fútbol, humano, con los claroscuros de toda vida construida a golpes de voluntad y azar, y no un mero personaje de fábula.


En el año 2008 el Manchester United erigió una estatua en la entrada de Old Trafford  en homenaje a la Santísima Trinidad que refundó el club.  A la derecha, Best; a la izquierda, Charlton. En el centro, Law con el brazo derecho en alto y el índice señalando por cuál de las puertas de ingreso en su historia, los hinchas del United han decidido recordarlo.

Comentarios

  1. Las historias siguen siendo buenas y entretenidas. Nos obligan a mantenernos deseosos de lo que esrá por venir.

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